Sólo puede quedar uno
No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando. Y claro, el imbécil seguía mirando porque sabía que así yo no podría transformarme en princesa. Así que yo también miré al imbécil, frente a frente, desafiante. Había llegado el momento de saber quién iba a sobrevivir, el imbécil o la princesa. Rescaté mi pintalabios del fondo del cajón, lo apreté fuerte sobre mi boca y rompí de un golpe el espejo. Viva la princesa, muerte al imbécil.