Prehistoria de un circo

Cuando el circo no era circo, los beduínos levantaron una enorme jaima en medio del desierto. La llamaron la jaima del olvido, y comenzaron a abandonar dentro todo y a todos los que deseaban dejar atrás. Para restar tristeza al hecho, decidieron pintar de colores aquella carpa e invitar al resto de tribus a visitar su memoria olvidada.

Como un tronco

Como un tronco. ¿Por qué lo llaman dormir como un tronco? Yo sí me siento un tronco, rodando de un lado a otro de la cama, sin principio ni fin. Primero me separé de las raíces que me ataban a la tierra; después me desvestí de hojas y ramas. Y ahora, en total desnudez, espero y ruedo, como un tronco.

Realismo mágico en estado puro

La cabra tira pa’l monte, y yo, todos los días, para la meseta. Algo que en principio queda para la intimidad. Pero lo de hoy merece un alto en el camino. Dos noticias me han llamado poderosamente la atención:

Caso 1: titulares ¿Cocodrilos en el Duero? vía Norte de Castilla; No hay cocodrilos en el Duero, vía El Mundo. “Eh increíble”, como decía aquél de los rizos de oro. La noticia es mejor leerla directamente de las fuentes. Si hubo un elefante asiático capaz de cruzar la península, surcar el Mediterráneo, cruzar los alpes y llegar a Viena en el siglo XVI, espero que llegue a oídos del amado Saramago esta historia, esta vez basada en hechos irreales, para trazar un cuento al menos tan increíble como el anterior. Al fin y al cabo, la historia ya tiene ese escenario transfronterizo.

Caso 2: titular Un actor de la serie ‘CSI’ será la imagen de los alimentos de Castilla y León, vía El Mundo. El inefable Warrick Brown cambia noches ibicencas por lentejitas de la Armuña, queso de oveja zamorano y habones de La Granja. Y es que sólo la también inefable Silvia Clemente podría haber elegido a tan alto exponente de la sana alimentación. Rico, rico y con fundamento.

Y todo porque la realidad, más a menudo de lo que pensamos, supera a la ficción. Siguiendo el hilo catódico, la verdad está ahí fuera.

Levantadores de pesas

Hubo una concentración de levantadores de peso junto a los raíles. Pareciera que todos abandonaron sus herramientas a un lado, ordenadamente, como para dejar constancia de que estuvieron allí, como las cruces de un cementerio, en hilera para sembrar el campo de eternidad.

Por otro lado, era lógico que abandonaran sus pesas. Eran bastante rústicas, y ni siquiera unas manos duras y curtidas como las de los levantadores llevaban bien abrazar esas barras angulosas y oxidadas.

Tuvo que ser una reunión magnífica; cientos o incluso miles de levantadores juntos, exhibiendo su fuerza, con sus mallas y largos bigotes gemelos a los del anterior y a los del siguiente, sus cabezas rapadas como una kilométrica línea de puntos, marcando una pauta infinita, suspensivos, suspendidos, suspendos.

Y de repente el vacío, tan devastador como aquello que eliminó a los dinosaurios; todo el paradigma de la fuerza borrado misteriosamente con la misma fuerza.

Pero no. Los dinosaurios desaparecieron conscientes de su fin. En la misteriosa desaparición de los levantadores de pesas hay algo más épico. Sabedores de la amenaza (¿qué amenaza?) lucharon por trascender y quedar en el recuerdo. Por eso, pacientes, abandonaron sus pesas en orden, junto a los railes, como en un cementerio. Y es probable que ellos lucharan, que no se abandonaran a su suerte. Eran levantadores de pesas.

Si puedes mirar, ve.

Si puedes ver, repara.

José Saramago

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