El sueñacamino

Era de noche y confundió el camino, pero continuó avanzando. Se sintió despreocupado. Como en un árbol de navidad a final de temporada, las luces iban perdiendo. El brillo deslumbrante de las calles bajaba su intensidad poco a poco, al mismo ritmo que sus pasos, convirtiendo el errático sendero en un cálido paseo de media tarde. Se sintió a gusto. Aminoró la marcha para disfrutar de aquel lugar desconocido, en el que la luz era prácticamente una anécdota repetida cada cien metros. Y entre una bombilla y la siguiente, la oscuridad reconfortante del anonimato le invitaba a detener sus pasos unos segundos, para continuar la marcha lentamente. Se sintió aliviado. Poco a poco la distancia entre las luces del sendero crecía; y con ella el tiempo de oscuridad, de placentera ausencia, como si el camino se deslizase bajo sus pies sin necesidad de caminar. La luz se convirtió en una minúscula línea de puntos suspensivos hasta perderse definitivamente. Y en plena oscuridad, se sintió dormido, y durmió.

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Si puedes mirar, ve.

Si puedes ver, repara.

José Saramago

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