Favela

Ayer cuando me levanté había crecido un muro frente a nuestra casa. Aún no levantaba un palmo del suelo, aunque era bastante largo, desde la casa de Nuno hasta más allá de la de João. Hoy, antes de marcharme al colegio, vi que el muro seguía creciendo y ya me llegaba al hombro. Ahora ya no se ve la piscina de los otros y se hace más difícil llegar al colegio. Mañana, con suerte, el muro será más alto y Nuno, João y yo podremos jugar al balón contra él.

El asunto de la zanahoria

Puede parecer tonto, pero en torno a la zanahoria había todo un asunto por resolver. Nada hubiese sido igual si el pepino y la cebolla no se hubiesen entrometido, pero tuvo que ser así. Todo empezó con unas hojas de lechuga en un caluroso día de verano. Ellas fueron las primeras. Después vino el tomate, y yo continué en silencio mientras se unía al resto. Comencé a ponerme nerviosa cuando apareció el maíz así, en tropel, y encima acompañado de unas miserables aceitunas. Entonces entraron en escena el insípido pepino y la cebolla. ¡Vaya pareja! ¿Cómo podía soportar aquella intromisión, esa falta total de armonía, ese brutal golpe a todo lo que le había enseñado durante tanto tiempo? Cuando pensé que ya no podía ser peor, él se acercó sigilosamente a la nevera y reconocí al instante ese color naranja que tanto odio, ese estúpido brote verde sobre la cabeza, como si se tratara de un ridículo Mister Potato. Añadir zanahoria a aquella ensalada era un asunto serio, era más de lo que podía soportar. Me marché a la cama sin cenar y sin decir nada, y al día siguiente le pedí el divorcio.

Día rojo

Cuando me levanté esta mañana llovía rojo. Los tejados parecían recién barnizados, y la calle un carnaval. El río, como siempre, llevaba torrentes de vino tinto. Mis rosas se han puesto contentas, aunque las margaritas no llevan demasiado bien que les manchen el peinado. Los chicos recogían agua de los charcos para poder pintar después en el colegio. Espero que mañana llueva verde, y así podrán ir completando la paleta.

El sueñacamino

Era de noche y confundió el camino, pero continuó avanzando. Se sintió despreocupado. Como en un árbol de navidad a final de temporada, las luces iban perdiendo. El brillo deslumbrante de las calles bajaba su intensidad poco a poco, al mismo ritmo que sus pasos, convirtiendo el errático sendero en un cálido paseo de media tarde. Se sintió a gusto. Aminoró la marcha para disfrutar de aquel lugar desconocido, en el que la luz era prácticamente una anécdota repetida cada cien metros. Y entre una bombilla y la siguiente, la oscuridad reconfortante del anonimato le invitaba a detener sus pasos unos segundos, para continuar la marcha lentamente. Se sintió aliviado. Poco a poco la distancia entre las luces del sendero crecía; y con ella el tiempo de oscuridad, de placentera ausencia, como si el camino se deslizase bajo sus pies sin necesidad de caminar. La luz se convirtió en una minúscula línea de puntos suspensivos hasta perderse definitivamente. Y en plena oscuridad, se sintió dormido, y durmió.

Tiempos

La liebre atraviesa la línea de meta y espera paciente a que llegue la tortuga. Ésta aparece media hora después. -¿Te llevo a casa?-, pregunta la liebre, y juntas caminan hacia el bosque.

El ángel de la muerte

Dios lo creó el sexto día, a última hora de la tarde. Tras haber suspendido los astros, puesto en marcha el día y la noche, dado forma a los animales y a los hombres, quiso limar pequeños detalles. Y consciente del vértigo que supondría la muerte como punto final a la vida, comenzó a moldear con el barro sobrante a la criatura que limpiase el duro rastro de la guadaña.

Pensó que lo mejor sería enviar un ángel, de un tamaño menor a los hombres para que no le temiesen, pero de imponente envergadura para evitar que lo atacasen.

Quiso que su aspecto fuera majestuoso y sus andares desconfiados, dada la naturaleza de su labor. Hizo un tórax amplio y colocó un gran corazón que, pese a la tarea encomendada, fuese capaz de albergar sentimientos. Cargó también sus hombros, para poder soportar el terrible peso de la tristeza que le esperaba. Quiso además que tuviera una mirada directa y penetrante, así que moldeó un cuello largo y flexible para que pudiera mover la cabeza a su antojo.

Finalmente añadió unas alas enormes. Así, además de volar, este ángel de la muerte podría espantar el olor putrefacto de los cadáveres.

Dios contempló su obra: era fea, oscura, un tanto perversa y, sin embargo, tan necesaria. Pero era tarde y estaba tan cansado. Le pondría un collar alrededor de ese largo cuello, un collar de plumas blancas, rico y poblado, para otorgar algo de belleza a su oscura presencia. Le insufló la vida y se echó a dormir.

El séptimo día, el buitre levantó su vuelo con el alba y comenzó a limpiar el Edén de sus primeros restos de muerte.

Rebelión a barba

Esta mañana mi barba se rebeló. Yo la cortaba de un lado y mi flequillo crecía. La cortaba entonces del otro y sentía el cosquilleo en mi cogote. Rasuraba sobre el labio, y veía como mis orejas desaparecía bajo una nueva mata de pelo. He llegado bien afeitado a la oficina, con mi sombrero calado, y las chicas me han preguntado dónde me había puesto las extensiones.

En tierras del Cid

En tierras del Cid

En tierras del Cid

Desvaríos de un dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí.

Despertó allí, cuando aún estaba el dinosaurio.

Él estaba aún allí, cuando Dinosaurio despertó.

Dinosaurio despertó, aun cuando él estaba allí.

Aun allí, estaba el dinosaurio cuando despertó.

Estaba allí aún, cuando el dinosaurio despertó.

Allí estaba aún el dinosaurio, cuando despertó.

Dinosaurio, ¿aún estaba allí cuando él despertó?

0% vida?

Si puedes mirar, ve.

Si puedes ver, repara.

José Saramago

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